Tras estudiar durante años a los maestros orientales taoístas y budistas, Mario Satz descubrió que la caridad bien entendida comienza
por casa y que Occidente también tenía los suyos, grandes y profundos.
Mentores y guías tan cercanos en su lenguaje y cosmovisión
que le causó asombro el que no hubiesen tenido más influencia en
nuestra vida cotidiana. Sus descripciones psicológicas y claves didácticas
son tan precisas que todavía hoy nos son útiles sus hallazgos.
Ahondando en sus obras, descubrió entonces que cada uno de
ellos tenía no sólo su estilo propio, sino también un rasgo, un leitmotiv
que hacía de sus poemas, reflexiones y sentencias un comentario
extenso a esa característica.
Para Teresa de Ávila, fueron las moradas, hijas directas de los hejalots
kabalísticos o los maqamat sufíes. Especialmente la séptima, enlace
entre el Creador y su criatura. Para san Juan de la Cruz, el vivísimo
y encendidísimo punto en el corazón; para san Francisco de Asís,
la alegría; para Raimón Llull el sentimiento de lo maravilloso en la
tierra y en el cielo. Para Ibn Arabí de Murcia, el misterio de la memoria.
Para Moisés de León, judío e ibérico a un tiempo, el resplandor, la
luz que fosforece bajo los párpados cuando leemos como corresponde
a nuestra herencia. Y por último el maestro Eckhart, cuyo pensamiento
no dualista tan próximo está del Vedanta.
En este sentido, La escala celeste es un recorrido por distintas épocas
y maestros de cuyos ascensos a las más elevadas regiones del Ser
no existen dudas.